Hace miles de años, en la Prehistoria, cuando los seres humanos vivían en las cavernas, su existencia constantemente resultaba amenazada: el frío extremo, los grandes animales salvajes, la dificultad para encontrar comida, las numerosas enfermedades contra las que no había protección, etcétera. Esto genera en la humanidad de entonces un fuerte impulso de sobrevivencia de la especie, que llevo a los primeros grupos humanos a organizarse en clanes en los que la estructura social se basaba en los llamémosle “matrimonios grupales” y practicas de poligamia (un hombre con varias mujeres) y poliandria (una mujer con varios hombres).
Instintivamente, aquellos seres humanos trataban de lograr lo que para la demografía actual seria una equiparación entre las tasas de mortalidad (enfermedad y muertes) y las de natalidad (embarazos y nacimientos). Era algo puramente biológico y natural.
Este esquema reproducido durante miles de años, se integro en los códigos genéticos de los humanos, configurando una natural predisposición o impulso (en ambos sexos) a buscar y desear mas de un compañero sexual (inicialmente con meros fines de reproducción y supervivencia de la especie).
Fue con el reciente advenimiento de la civilización y la exacerbación de la moral cimentada en valores religiosos como se instalo, en la cultura occidental, el mandato o ideal monogamico, es decir la noción de fidelidad a una sola pareja.
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